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lunes, 26 de diciembre de 2011

Así estoy yo sin ti.


Nunca supe como hacerlo hasta que tú me enseñaste. Tenía miedo de besarte. De quitarte el aliento con mi respiración. No quería que mis incipientes latidos confundieran a tu corazón ni que una simple caricia te aplastase los huesos.
Me enseñaste a tocar el relieve del mapa de tu espalda, a ver con los ojos cerrados. Aprendí a ser paciente, aprendí que lo bueno se hace esperar.
Conté todos los lunares de tu cuerpo y memoricé cada centímetro de tu piel. Observé tantas veces el brillo de tus ojos que la luz de la luna me sabía a poco.
Fuiste mi chica de julio, agosto y septiembre, por solo nombrar unos cuantos. Tenerte en mi cama durante horas es algo que no sólo el colchón echa de menos.
Y ahora no me queda otra cosa más que escribirte poemas y bulerías a la luz del flexo de mi escritorio y esperar que por alguna casualidad, leas esto y te acuerdes un poco de mi. No hace falta que vuelvas, en serio. Y tampoco creo que quieras. 

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