Hay un lugar escondido entre las rocas que no suele ser muy frecuentado. De vez en cuando puedes encontrar a una chica que se sienta a contemplar el mar, con la mirada perdida.
Suele ir al atardecer. se sienta y se pone a escuchar música. Muy a menudo, saca un cigarrillo del bolsillo de su chaqueta, lo enciende y aspira el humo. El vicio es lo que tiene.
El humo sale de su boca con forma de o y se eleva hasta desaparecer. a veces sonríe y otras veces su cara no muestra emoción alguna. Pero sonría o no sonría, sigue dando caladas a un cigarro a punto de consumirse. Lo disfruta hasta el último momento. Muchas veces sus amigos se burlan de ella “tía, te vas a fumar hasta el filtro” pero ella se encoge de hombros y suelta una carcajada, le da igual.
Cada vez hace más viento y le cuesta encender el cigarro. Puede que sea el cuarto, o tal vez el octavo de aquella tarde. La llama se apaga y las manos le tiemblan. Con un suspiro, desiste. sube el volumen de su viejo ipod y cierra los ojos hasta que se olvida del mundo.
Las canciones se van sucediendo hasta que llega el momento de volver a la realidad. Se levanta y vuelve al paseo para regresar a casa. En un único intento de fumar el último cigarrillo de la cajeta, el de la suerte, vuelve a intentar encenderlo. Lo consigue. Tal vez sea la fortuna, tal vez la casualidad. Formula un deseo que sabe que no se cumplirá, suelta una bocanada lentamente y sigue caminando. Las luces de su casa se ven desde la calle, parecen darle la bienvenida.

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